
Cruising
⚠️ controversia: *A la caza* generó polémica por sus explícitas escenas sexuales ambientadas en clubes de la subcultura leather gay, así como por su retrato oscuro y ambiguo de la homosexualidad masculina, que fue interpretado por muchos como homofóbico.
🎬 Año: 1980
⏱ Duración: 1h 42 min
🌍 País: Estados Unidos
🎥 Director: William Friedkin
📖 Novela: Gerald Walker
🎭 Género: Crimen, Misterio, Suspense
💰 Presupuesto: $11,000,000
💵 Taquilla: $19,814,523
A la caza: el deseo, el miedo y el abismo en la noche neoyorquina
Un descenso peligroso, no solo a un submundo, sino a uno mismo
No todas las películas te arrastran fuera de tu zona de confort. Algunas solo buscan entretenerte, pero otras —como A la caza— te sientan en una silla incómoda y te obligan a mirar algo que preferirías ignorar. Esta cinta de 1980, dirigida por William Friedkin, no es solo un thriller policial, sino un estudio inquietante sobre identidad, represión, deseo y ambigüedad moral. Ambientada en un Nueva York crudo, la historia se adentra en los clubes de sexo gay de la ciudad como un espía entrando en territorio desconocido, pero lo que encuentra allí no es solo un asesino, sino un espejo oscuro.
Argumento: el juego de la máscara
Steve Burns (Al Pacino) es un joven oficial de policía que acepta una misión poco habitual: infiltrarse en la escena leather y sadomasoquista de los bares gays de Manhattan para ayudar a capturar a un asesino en serie que está matando a hombres homosexuales. Su única consigna: pasar desapercibido. Adoptar otra piel. Sumergirse.
A medida que se adentra en este universo, tan lejano al suyo como puede ser otra galaxia, algo comienza a cambiar. Su identidad, su sexualidad, su relación con la violencia, todo empieza a tambalearse. Lo que inicialmente parecía una operación encubierta se convierte en una experiencia profundamente personal que lo enfrenta a sus propios límites, su moralidad, su cuerpo. La línea entre la máscara y el rostro verdadero se difumina, y la pregunta se instala: ¿cuánto de lo que fingimos termina siendo real?
William Friedkin: la incomodidad como estilo
No es casualidad que A la caza viniera del mismo director que El exorcista y The French Connection. Friedkin no tiene miedo de incomodar, ni de meterse en terrenos resbaladizos. Y esta película lo demuestra. Inspirada vagamente en los asesinatos reales del “hombre de la bolsa” en los años 70 y basada en la novela de Gerald Walker, Cruising llegó a los cines ya envuelta en controversia. Fue boicoteada por colectivos LGBT que, con razón en su momento, sentían que el filme ofrecía una representación parcial, oscura y reduccionista del mundo gay.
Pero con los años, la perspectiva ha cambiado. Hoy se puede mirar la película también como un retrato de una época, con sus luces y sombras. No se trata de un documental, ni de una mirada objetiva. Es una historia contada desde la paranoia y la ambigüedad, y eso, paradójicamente, la hace más honesta.
Al Pacino: cuando la confusión se cuela en la mirada
Esta no es la típica actuación explosiva de Pacino. Aquí está contenido, a veces incluso hermético. Y eso funciona. Porque A la caza no necesita gritos, necesita miradas que esconden más de lo que revelan. El arco de Steve Burns es tan sutil como devastador: empieza como un hombre común con una misión y termina como alguien que ya no sabe del todo quién es.
Hay momentos —breves, sin subrayado— en los que la cámara lo capta bailando en la penumbra, observando, respirando al ritmo del bajo y el cuero. Y ahí está la magia: no sabemos si está actuando o si, por un segundo, se está dejando llevar. Esa duda, esa grieta, es la verdadera fuerza del personaje.
Un Nueva York ya desaparecido
Uno de los aspectos más fascinantes de la película es su valor documental. Friedkin filmó en clubes reales como el Mine Shaft o el Ramrod, lugares míticos de la escena leather underground, ya desaparecidos tras la moral conservadora de los años 80. Ver esas imágenes hoy, crudas, reales, sin maquillaje, es como mirar una civilización extinta. Una que existía en la penumbra, con sus códigos, su estética, su libertad brutal.
El uso del sonido, la oscuridad y los silencios le dan al filme una textura casi física. No hay glamour, no hay discursos. Solo cuerpos, sudor, miradas, cuchillos. El peligro está en el aire, y no solo porque hay un asesino suelto: está en lo que se despierta dentro del protagonista… y dentro del espectador.
Curiosidades, censura y legado
- La película fue recortada por Friedkin más de 40 veces para evitar una calificación X. Muchas de las escenas eliminadas eran demasiado explícitas para los estándares de la época y hoy siguen desaparecidas.
- Se especula que Pacino no estaba del todo cómodo con el papel, y que su relación con la película fue ambivalente desde el principio.
- La protesta organizada por colectivos LGBT incluyó bloqueos durante el rodaje: usaban espejos y sirenas para sabotear las tomas.
- En los años posteriores, A la caza fue reivindicada como una obra compleja, ambigua, valiente. Incluso directores como Gus Van Sant, Todd Haynes o Paul Schrader han reconocido su impacto.
¿Qué vemos realmente cuando miramos esta película?
Lo más inquietante de A la caza es que nunca termina de revelar sus cartas. ¿Burns se transforma? ¿Se rompe? ¿Simplemente cumple su papel y sale ileso? La película nunca lo dice del todo. Y esa es su mayor virtud: deja espacio al espectador para llenar los silencios, para proyectar sus propios miedos, deseos, contradicciones.
En una escena final que sigue generando interpretaciones hasta hoy, la cámara nos deja con una sensación de desasosiego. Como si lo visto no fuera suficiente. Como si, al igual que el protagonista, también nosotros hubiéramos tocado algo que no se puede nombrar.
Un thriller queer, crudo y adelantado a su tiempo
Si se estrena hoy, A la caza seguiría siendo polémica. No porque sea ofensiva, sino porque se atreve a explorar sin moralizar. Porque no entrega respuestas fáciles. Porque entra en la noche y no prende la luz.
Y eso es, en parte, lo que la hace tan valiosa.