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El guateque (1968)

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🎬 Clásico
Póster de The Party

The Party

🎬 Año: 1968

⏱ Duración: 1h 39 min

🌍 País: Estados Unidos

🎥 Director: Blake Edwards

📖 Novela: N/A

🎭 Género: Comedia

💰 Presupuesto: $2.900.000

💵 Taquilla: $10.786

El Guateque: caos, elegancia y la magia del error humano


Una fiesta que empieza mal y termina… como ninguna otra

A veces el cine no necesita una gran trama para volverse inolvidable. A veces basta con un personaje fuera de lugar, un espacio cerrado y una noche donde todo puede salir mal. El Guateque es exactamente eso. Una de las comedias más desbordantes, anárquicas y extrañamente tiernas que ha dado el cine. Dirigida por Blake Edwards y estrenada en 1968, la película es una celebración del caos, de la torpeza, y del ser humano en su forma más ridícula y más hermosa a la vez.

Peter Sellers, en uno de sus papeles más icónicos, interpreta a Hrundi V. Bakshi, un actor indio de segunda línea, bien intencionado pero desastroso, que por error es invitado a una fastuosa fiesta hollywoodense. Lo que sigue es una escalada de situaciones absurdas, de encuentros incomodísimos, de accidentes imprevistos y de un protagonista que, sin quererlo, pone patas arriba un universo artificial hecho de glamour y apariencias.


El arte del gag: Blake Edwards y la comedia como coreografía

Blake Edwards no era un director cualquiera. Sabía cómo construir una comedia desde el detalle. Con El Guateque demuestra un dominio asombroso del ritmo, de la gestualidad, del gag físico. Esta no es una película de diálogos ingeniosos. Es una sinfonía de silencios, tropiezos, miradas y colisiones.

Cada escena se desarrolla como una pequeña obra de teatro visual. Desde el momento en que Hrundi entra en la casa, hasta el clímax acuático final con espuma por todos lados, la película no hace más que aumentar su apuesta. Todo parece accidental, improvisado, caótico. Pero detrás hay una precisión quirúrgica. Cada vaso derramado, cada interruptor equivocado, cada puerta giratoria tiene su tiempo exacto.

Y eso no es casualidad. Edwards y Sellers ya habían trabajado juntos en La Pantera Rosa, pero aquí deciden llevar su fórmula a un extremo más experimental. No hay casi guion. Gran parte del filme se basó en la improvisación y en un diseño meticuloso del espacio y los movimientos. El resultado es hipnótico: una comedia que se comporta como una pieza de danza contemporánea.


Peter Sellers en estado de gracia

Es difícil exagerar lo que logra Peter Sellers en esta película. Interpretar a Hrundi V. Bakshi podría haber sido una caricatura ofensiva. Pero Sellers, con una mezcla de respeto, ingenuidad y comedia física impecable, consigue algo raro: que lo ridículo del personaje nunca sea cruel. Sí, nos reímos de sus torpezas, de sus malentendidos, de su tendencia a destruir todo lo que toca. Pero también sentimos simpatía. Porque en el fondo, Hrundi es el único personaje auténtico en un mundo falso.

Sellers domina cada gesto, cada pausa, cada expresión mínima. Su cuerpo parece no pertenecer del todo al espacio en el que se mueve. Camina con una torpeza elegante, como si todo le quedara un poco ajeno. Y es en esa extranjería donde se encuentra la magia. Porque Hrundi no entiende las reglas de ese mundo, y precisamente por eso lo desnuda.


Un retrato surreal de la alta sociedad

La fiesta en la que transcurre toda la película no es solo un escenario. Es un personaje en sí misma. Una casa de diseño futurista, repleta de arte moderno, camareros mudos, luces automáticas, fuentes decorativas y una maquinaria que promete orden… hasta que Hrundi aparece. En esa casa de la perfección artificial, él es el virus del error, el elemento humano que todo lo desordena.

Y lo más hermoso es que, cuanto más se desmadra la fiesta, más viva se vuelve. Lo que al principio era una reunión estirada y aburrida se transforma en un carnaval absurdo donde todos terminan mojados, sucios, empapados en espuma y liberados. La presencia de Hrundi, aunque nadie lo entienda, funciona como una catarsis. El guateque empieza como una celebración de apariencias y termina como un auténtico juego de niños.

La crítica es sutil, pero poderosa. Edwards nos dice que quizá la rigidez de los códigos sociales necesita ser desbaratada por una dosis de caos. Que la torpeza puede ser más sincera que la etiqueta. Que la vida, cuando se desordena, a veces se vuelve más real.


Sin diálogos memorables, pero con imágenes imborrables

A diferencia de otras comedias clásicas, El Guateque no se apoya en frases célebres ni en guiones brillantes. Su poder está en lo visual. En cómo Sellers se queda atrapado en una silla hidráulica que sube y baja sin cesar. En el pollo asado volando por los aires. En el camarero borracho que se convierte en inesperado cómplice del protagonista. En la elefanta pintada de colores psicodélicos que aparece en el jardín.

Sí, hay una elefanta. Y sí, la escena es tan extraña como parece. Pero también es tierna, casi mágica. Porque en medio de todo ese surrealismo, hay una ternura que atraviesa la película de principio a fin.


Curiosidades que le dan aún más sabor

Peter Sellers improvisó buena parte de sus escenas, pero lo hizo sobre una estructura cuidadosamente diseñada. Blake Edwards diseñó toda la casa como un set funcional, lleno de trampas visuales, mecanismos automáticos y objetos interactivos, como si fuera un enorme juguete para Sellers.

El personaje de Hrundi V. Bakshi, aunque hoy generaría polémica por el uso de estereotipos, fue concebido más como un homenaje a la inocencia que como una burla. Sellers insistió en hacerlo desde el respeto y con una humanidad sincera.

La película fue un experimento formal. Blake Edwards eliminó casi por completo la estructura narrativa tradicional. No hay conflicto principal ni resolución dramática. Solo una progresión de situaciones encadenadas. Y, sin embargo, funciona. Porque es puro ritmo, pura presencia.


Una comedia sin tiempo, para reír con los ojos abiertos

El Guateque no envejece porque no se apoya en el contexto. Es una obra sobre la fragilidad humana, sobre el lugar del error en el mundo perfecto, sobre lo que ocurre cuando el azar entra en una sala donde todo estaba controlado. Es un himno al desajuste, al personaje que no encaja, pero que al final resulta ser el más necesario.

Es cierto que hoy puede generar lecturas más complejas sobre la representación cultural. Pero también es cierto que, más allá de eso, la película sigue siendo un monumento a la comedia física, al detalle escénico y a la capacidad de una risa limpia, sin cinismo.


Verla es entrar a un sueño absurdo y luminoso

Si nunca has visto El Guateque, prepárate para una experiencia extraña, lenta y deliciosamente ridícula. Es una película que se mueve a su propio ritmo, que no busca complacer, pero termina encantando. Como esas fiestas que empiezan mal, donde no conoces a nadie, pero que terminan siendo inolvidables.

Y si ya la viste, seguramente recuerdas la espuma, la música lounge, el jardín inundado, la torpeza de Hrundi y su sonrisa inofensiva. Porque algunas películas no se cuentan, se recuerdan. Y esta, sin duda, es una de ellas.

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