
Sen to Chihiro no kamikakushi
🎬 Año: 2001
⏱ Duración: 2h 4 min
🌍 País: Japón
🎥 Director: Hayao Miyazaki
📖 Guion: Hayao Miyazaki
🎭 Género: Animación, Aventura, Familiar, Fantasía, Misterio
💰 Presupuesto: $19.000.000
💵 Taquilla: $358.926.964
El viaje de Chihiro: cuando tu infancia se convierte en jornada laboral de 12 horas
Disney te mintió, Miyazaki te pasa la factura
Si Disney es la fábrica de algodón de azúcar donde las princesas cantan y todo huele a ambientador de vainilla, El viaje de Chihiro es la versión japonesa con olor a sopa rancia y calcetín húmedo. Aquí no hay ratones simpáticos ni castillos mágicos: hay cerdos glotones, contratos abusivos, bebés gigantes de pesadilla y un spa para dioses que parece gestionado por el sindicato del infierno.
Miyazaki, con su sonrisa de abuelo sabio, hace pasar por “cine infantil” una historia donde una niña de diez años es explotada laboralmente en un balneario, mientras descubre que el capitalismo no perdona ni a los espíritus.
Chihiro y el maravilloso mundo del trabajo precario
Chihiro empieza siendo una mocosa caprichosa quejándose por mudarse. Lo típico. Pero de golpe descubre lo que ningún niño quiere saber: que la vida adulta es trabajar hasta que se te borre el nombre.
Yubaba le roba la identidad y la rebautiza como “Sen”. ¿Te suena? Es el mismo truco que usan las empresas cuando te convierten en “recurso humano” o “colaborador”, como si el eufemismo compensara las horas extra no pagadas.
El viaje de Chihiro no es una fábula mágica: es un tutorial sobre cómo sobrevivir en tu primer empleo tóxico.
El spa de los dioses: un McDonald’s para espíritus con sobrepeso
El gran escenario de la película es un spa gigantesco donde los dioses vienen a desintoxicarse… de los humanos. Y qué mejor metáfora que un baño público lleno de criaturas obesas, clientes histéricos y empleados esclavizados.
La escena del espíritu apestoso —que resulta ser un río contaminado— es un máster express en ecología y sátira. Miyazaki básicamente dice: “Ustedes, humanos, convirtieron ríos en cubos de basura. Ahora limpiad la mierda y sonreid”.
El spa no es un templo mágico. Es un McDonald’s espiritual: largas colas, clientes insoportables, grasa everywhere y jefes que parecen extraídos de un manual de Recursos Inhumanos.
Personajes con más traumas que un grupo de terapia
Yubaba: bruja, empresaria y caricatura del management moderno. Con la misma naturalidad con la que firma contratos abusivos, le canta nanas a su bebé gigante. Una jefa que te esclaviza y luego te dice que “la empresa es como una familia”.
Sin Cara: la mejor alegoría del consumidor del siglo XXI. Al principio tímido, vacío, buscando atención… y en cuanto le dan un poquito de cariño, se convierte en Amazon Prime: devora todo lo que se le cruza, vomita oro falso y aún así quiere más.
Haku: el chico guapo, misterioso, que en realidad es un río olvidado. Traducción: el amor romántico convertido en infraestructura urbana. ¿Qué es más sexy que enamorarse de una autopista fluvial?
Kamaji y Lin: obreros sindicalistas del balneario, condenados a mover carbón y atender clientes insoportables. Son el único recordatorio de que, incluso en el infierno laboral, siempre hay un colega dispuesto a cubrirte el turno.
Entre lo tierno y lo grotesco
Uno de los grandes talentos de Miyazaki es que te pone una escena adorable con bichitos de hollín cargando carbón, y cinco minutos después tienes a tus padres convertidos en cerdos tragando como políticos en un buffet libre.
El tono nunca se estabiliza: lo mismo parece un cuento infantil que un episodio de Black Mirror animado. Y ahí está la gracia: que te rías nerviosamente sin estar seguro de si deberías estar traumatizado.
El verdadero enemigo: olvidar quién eres
Toda la película gira en torno a la memoria. Si olvidas tu nombre, desapareces. Si olvidas de dónde vienes, te conviertes en otro engranaje más del spa infernal.
Chihiro resiste gracias a que recuerda su identidad y la de Haku, un río sepultado por la urbanización. Mensaje: el progreso nos roba los nombres, nos roba la naturaleza, nos roba hasta los recuerdos de cuando éramos felices jugando en un arroyo que hoy es un parking.
Miyazaki: el terrorista del “cine infantil”
Cuando El viaje de Chihiro se estrenó en 2001, ganó el Óscar a mejor animación. Millones de padres desprevenidos la pusieron a sus hijos pensando que verían una especie de Pocahontas japonesa. Error.
Los niños salieron confundidos, los adultos traumatizados, y todos aprendimos que llamar a esto “película infantil” es como llamar “aperitivo” a un plato de tripas crudas.
Miyazaki no entretiene: incomoda, sacude y te mete en un spa surrealista para recordarte que crecer es un trabajo mal pagado del que no se sale vivo.
Epílogo: bienvenido al balneario del capitalismo
El viaje de Chihiro es hermoso, sí. También es raro, incómodo y brutal en lo que cuenta. La magia no está en los dragones ni en los espíritus, sino en la sátira: detrás de cada criatura grotesca hay un retrato de nuestra sociedad.
No es un cuento sobre cómo encontrar un mundo mejor, sino sobre cómo sobrevivir en el que ya tenemos.
Y si al final Chihiro logra salir, no es porque el mundo haya cambiado. Es porque ella se acuerda de quién es, algo que ni Netflix, ni Amazon, ni la próxima Yubaba corporativa podrán quitarte.
Así que ya sabes: guarda tu nombre bien, no firmes contratos sin leer la letra pequeña y nunca aceptes oro de un espíritu glotón.
Porque en el fondo, El viaje de Chihiro no es fantasía: es un lunes cualquiera.